29 enero 2018

Teletrabajo

Nena-chan está con gripe.
Gripa, que dice Necio Hutopo.
Cuando empezó a quejarse pensamos que sería un resfriadillo de un día o dos, pero ha estado en casa una semana.
Y diréis, pues vaya.
Y yo diré, pues vaya también, porque un niño que no va al cole es un adulto que tiene que faltar al trabajo gastando días de sus vacaciones (porque solo es ausencia justificada si el niño está ingresado, y aún así solo tres días, así que si tienes un niño con cáncer, por ejemplo, que por suerte NO es el caso, tu vida laboral está más jodida que Calamardo en El Brillante. "Conciliación", lo llaman).
Bueno.
Pues como resulta que soy una de las afortunadas de la vida que trabajan en un sitio donde lo único que les importa es que trabajes y les da igual si lo haces en la oficina, en casa, en un parque o colgando cabeza abajo del Dragon Kahn, cogí mis papelitos y mis cosas y me fui a casa dispuesta a teletrabajar.
Trabajar en casa con un niño enfermo es fácil: solo tienes que asegurarte de que el niño está lo bastante enfermo. Una buena fiebre que lo deje planchado en la cama es la mejor opción. La afonía también da buenos resultados.
El problema es cuando el niño está enfermo, pero no lo bastante como para dormir todo el día. Como cuando tiene conjuntivitis. O cuando tiene una gripe muy gorda, pero durante un par de horas al día la medicación le hace efecto y se anima.
Por si acaso, decidí preparar el terreno.
-Nena-chan -le dije-, hoy es un día especial porque estás malita y mamá tiene que trabajar... ¿quieres -suspiré- que te deje mi casita de muñecas?
A Nena-chan se le iluminaron los ojitos.
Mi casita lleva cinco años y medio escondida en un armario PARA QUE NI P*T* DIOS LA TOQUE, J*D*R, QUE ES MÍA, reservada para cuando la niña sea un poco más mayor.
-Vale.
-Pero la vas a tratar con cuidado, ¿verdad? Porque COMO LA ROMPAS O DAÑES DE ALGUNA FORMA O MANERA TE JURO POR TÓ LO QUE SE MUEVE QUE TE VOY A DESTROZAR LA VIDA ya eres una niña mayor.
-Claro que sí.
La casita con sus muebles y su conejo.

La niña se puso a jugar y yo me puse a trabajar y al rato apareció Hermano Pequeño, que venía a jugar con la niña un rato para asegurarse de que yo me podía concentrar.
-Anda -le dijo a Nena-chan-, qué casita tan bonita.
-Es de mamá, me la ha dejado porque hoy es un día espesial.
-Ah, vale. ¿Puedo jugar contigo?
-Es que solo hay una muñeca.
-Vaya, es que me gustaría mucho jugar contigo.
-Bueno, puedes ser esta vaca de goma.
-Pero esta vaca no es de Sylvanian...
-LO TOMAS O LO DEJAS.
-Vale, vale... 'Hola, soy una vaca'.
-Las vacas no hablan.
-¡Tú eres un conejo!
-Pero soy un conejo MAMÁ.
-¿Y las vacas qué son?
-Pues vacas -ojos en blanco de Nena-chan.
-Bueno, al menos déjame que entre en la casita.
-No, no...
-Ahora no me digas que las vacas no entran en la casa PORQUE MIRA, TÚ ERES UN CONEJO.
-¡Un conejo mamá!
-LOS CONEJOS SE COMEN LAS CORTINAS.
-¡No es verdad!
-Y hacen CACA.
Vale, me lo estoy inventando todo. Pero fue más o menos así, y me estaban poniendo la cabeza como un bombo.
-Bueno, se acabó -les dije-. Si bajo a la juguetería -vivimos muy cerca de una, es horrible- y subo otro conejito, ¿ME DEJARÉIS VIVIR?
-Vale.
Bajé a la juguetería.
Ya sé lo que me vais a decir: comprar el buen comportamiento de los hijos con juguetes está MAL.
Pero técnicamente no estaba comprando el buen comportamiento de mis hijos, sino el de Hermano Pequeño, así que no pasa nada.
La señora juguetera me enseñó el conejo un conejo, pero entonces vi esto:

Y pensé, mira, ya que voy a comprar el buen comportamiento de Hermano Pequeño, al menos lo quiero ver dándole a la escobilla con el conejo.
Pero cuando llegué a casa y abrimos la caja resultó que el baño no traía conejo incluido.
Hermano Pequeño se d*sp*ll*b*.
-¿No se te ha ocurrido mirar si el muñeco estaba incluido?
-¡No! ¡He visto la escobilla y he pensado que ya no se le podía pedir más a la vida!
-Pues sigo sin tener muñeco!
-Pero ahora puedes jugar a ser UN VÁTER.
-Lo has hecho aposta, ¿verdad?
A Hermano Pequeño intentó ser un váter durante un rato pero la experiencia debió ser una m**rd* (ja, ja) porque al rato se fue.
Eso o que tenía que trabajar, o un examen o una operación de cerebro, yo qué sé, si la mitad de las veces no le escucho cuando habla.
Nena-chan se quedó jugando con la casita tranquilamente, tan tranquilamente que estuve trabajando un par de horas en absoluto silencio, y de hecho habría seguido más si no llega a ser porque estiré la mano para coger el marcador amarillo y no estaba en el punto exacto donde suelo dejarlo QUE ES EXACTAMENTE SU SITIO Y NO ME VENGÁIS CON QUE TENGO MANÍAS PORQUE NO PODÉIS DEMOSTRARLO.
Miré entonces un poco más lejos y vi a Nena-chan con el rotulador en una mano y el conejo en la otra.
-¡Pero Nena-chan! 
-¿Qué?
-¿Qué le has hecho al conejo? 
-Nada. 
-¿Y por qué es fosforescente?
-Ah, lo he pintado con el rutulador. 
-¡Te dije que trataras la casita con cuidado!
-Por eso he pintado EL CONEJO.  
Bien pensado, tiene razón. 

22 enero 2018

Jacinta

Hoy estoy muy cansada y no tengo ganas de contaros mi vida; mejor os cuento un cuento.




Había una vez una niña que se llamaba Cuchufleta María Centolla Rebelde Frufrú, pero todo el mundo la llamaba Jacinta porque es que en los pueblos son así.
Jacinta vivía en un pueblo tan pequeño tan pequeño tan pequeño tan pequeño que cada vez que estornudaba el trasero se le salía del término municipal; por eso Jacinta intentaba no estornudar de noche, porque si lo hacía su madre le gritaba que qué estaba haciendo en el campo a esas horas. Con la helada que está cayendo, chiquilla, y tú en pijama.
Un día la madre de Jacinta la mandó a comprar el pan.
Obviamente el pan se compraba en el pueblo de al lado, porque los hornos suelen ser muy grandes y en el pueblo de Jacinta no cabía ninguno, y además el alcalde estaba a dieta y no podía ser.
Jacinta tenía de obediente lo que un zapato de sabroso, pero le gustaba el pan, así que obedeció a su madre de inmediato. Salió del pueblo y empezó a andar hacia el pueblo de al lado mientras cantaba una canción que se le había pegado de Kiss FM.
El pueblo de al lado no estaba lejos, porque como su propio nombre indica estaba al lado.
A unos cinco metros o así.
Lo que pasa es que la gente de los pueblos está acostumbrada a las distancias cortas y cualquier cosa se les hace un mundo, que parece que les cobraran por pasos o algo.
Jacinta entró a la panadería y descubrió con desesperación que había por lo menos tres personas más esperando para comprar el pan.
Estaba claro que iba a perder toda la mañana con aquello, bufó para sus adentros, mientras miraba de reojo si podía sentarse en algún lado. El panadero, en previsión a las multitudes que solían agolparse en su tienda, había puesto dos sillas de plástico, pero por supuesto estaban ocupadas.
Jacinta maldijo su suerte mientras observaba al primer parroquiano pedir el pan.
-Una barra.
-Son cincuenta céntimos.
-Aquí tiene. Gracias, hasta luego.
-Gracias, hasta luego.
El segundo parroquiano se levantó de la silla y se aproximó al mostrador.
Jacinta volvió a bufar.
-Una barra -dijo el parroquiano.
-Cincuenta céntimos.
-Hasta luego.
Jacinta empezó a dar saltitos, cambiando su peso de un pie al otro.
¿Es que esto no se acababa nunca?
-Una barra -dijo el tercer parroquiano, levantándose de su silla.
-Cincuenta céntimos.
-Aquí están.
-Gracias, hasta luego.
Jacinta se lanzó sobre el mostrador con desesperación.
-¡Una barra! ¡Aquí están los cincuenta céntimos! ¡Hasta luego!
Con la barra en la mano, salió corriendo a la calle.
Por fin. Ya podía volver a su pueblo.
Iba por la carretera tan contenta y distraída cuando vio un hada que venía de frente por el mismo arcén que ella.
A Jacinta aquello le pareció rarísimo: lo correcto es que los peatones circulen por el arcén en sentido contrario al de la circulación de los coches, esto es, el arcén de su izquierda según el sentido de su marcha. ¡Y el hada venía por el arcén de su derecha! 
-¿Pero qué haces, sulnolmal? -le gritó amablemente Jacinta.
-He venido a concederte un deseo -le dijo el hada llegando a su altura.
-Pues haber venido antes y me habría ahorrado bajar a por el pan.

Fin.

15 enero 2018

El Ratoncito Pérez

Llamadme loca, pero cuando algo tiene una web tan cutre como la de la Casa Museo del Ratoncito Pérez empiezo a pensar en que si la imagen que ofrecen al mundo exterior es así como estará lo que no se ve, como, por ejemplo, el sistema de prevención de incendios, la limpieza de las alfombras o (me estremezco solo de pensarlo) el baño.
A pesar de eso, como Nena-chan ha cogido carrerilla con esto de caérsele los dientes, y el Ratoncito ya nos ha visitado exitosamente, pensamos que sería buena idea llevarla a la Casa Museo.
La web advierte que es recomendable reservar, pero también dice que no se puede reservar ni por teléfono ni por internet, hay que ir directamente allí, que no sé a vosotros, pero a mí hacer media hora de trayecto con los dos niños y subir el carrito a pulso un piso solo para comprar las entradas me da una pereza loca.
Pero bueno. He hecho cosas peores y más locas y todas con el carrito a pulso y la teta al viento, así que me fui para allá pensando que por los niños podía pasar por alto que la web sea una patata, que el sistema de reservas sea cutre, que no haya ascensor y que lo poco que se ve desde fuera dé mucho repelús, pero una vez allí vi que iban apuntando las reservas en un cuaderno y pensé, mira, os lo puedo perdonar todo, pero que despreciéis el excel, no.
Y no hemos vuelto.
No parece que el Ratoncito se haya ofendido por el desprecio, porque esta semana a Nena-chan se le ha caído otro diente.
Una vez más se le ha caído en el comedor del colegio y las cuidadoras lo han recogido en una servilleta porque la vida es así y los niños del siglo XXI van por ahí dejando que sean extraños los que les recojan del suelo las partes del cuerpo que van perdiendo.
El problema es que al llegar a casa el diente no estaba.
Pensé que la niña se lo iba a tomar mal, pero estaba supertranquila.
-Bueno -le dije-, si quieres podemos escribir una nota para el Ratoncito Pérez, explicándole que se te ha perdido el diente.
-Podemos firmarla todos como testigos -dijo ZaraJota-. Seguro que en el colegio tienen algún impreso para eso. ¿Te parece bien?
-No -nos dijo Nena-chan-, mejor que mamá me haga una fotos del bujero de la boca y se la mande al Ratoncito Pérez por el móvil.
Ay, bendita inocencia. ¿Cómo le vamos a enviar la foto por internet, si no admite ni las reservas?

08 enero 2018

Dubi dubi dubi du

Como viene siendo habitual, me he pasado las últimas dos semanas de vacaciones con un resfriado muy gordo.
Me habría venido muy bien endrogarme un poco y eso, pero como nunca adivinaréis a quién no he destetado no me dejan.
Y cuando digo que no me dejan es que no me dejan, al margen de lo que diga e-lactancia, que será muy de fiar pero no tiene ni mi historial ni el de Bebé-kun a mano.
Así que un año más (y van tres) me ha tocado pasar el catarrazo a pelo, y un año más ha derivado en una afonía total, y un año más me viene fatal, porque vuestros hijos no sé pero los míos se activan por voz: a Nena-chan ya le puedes poner el desayuno delante, que si no le repites "desayuna" ochenta y tres (las he contado) veces no desayuna porque cómo va a saber ella que los cereales son para comérselos, oye, que lo mismo se los has puesto para que les escriba un poema, yo qué sé, que la chiquilla no es adivina.
Y lo mismo pasa con Bebé-kun, que desde que le hemos quitado el pañal avisa cuando tiene pipí pero no va al orinal si no le digo "corre al orinal", que me estoy pensando hacerle un poder notarial asegurándole que puede usar el orinal cuando quiera.
En fin, lo que intento decir es que afonía y maternidad no son buena combinación.
Y afonía, maternidad y dos semanas de vacaciones, menos.
Así que recurrí a una web que te lee en voz alta el texto que escribas.
Ay, el siglo XXI es maravilloso.
La abrí en el móvil y escribí: "Hola, Bebé-kun"
-HOLA MAMÁ -contestó Bebé-kun, aparentemente incapaz de distinguir la voz del robot de la mía.
"Te quiero mucho"
-ERO MUCHO.
Y acto seguido me quitó el móvil de la mano y le plantó un beso.
¿Qué coj...?
Bueno, al menos Bebé-kun no parecía traumatizado por la repentina deshumanización de nuestra relación materno-filial.
Entonces probé con Nena-chan.
"Nena-chan, ¿has terminado de desayunar"
Como su hermano, Nena-chan me quitó el móvil de las manos, se lo puso en la oreja y contestó muy seria:
-No.
Empezaba a sospechar que aquello no estaba funcionando del todo como yo quería. Y encima me estaba poniendo celosa del móvil, que ya llevaba media docena de besos por parte de Bebé-kun así porque sí.
Pero claro, tampoco tenía elección.
"Venga, vamos a lavarnos los dientes", escribí.
Los niños decidieron ignorar aquella instrucción en concreto, así que volví a darle al play.
"Venga, vamos a lavarnos los dientes"
Nada.
"Venga, vamos a lavarnos los dientes".
A fuera de repetir la grabación una y otra vez me dí cuenta de que aunque el lector está muy conseguido, no lograba reproducir del todo las inflexiones habituales del habla. Le faltaba ritmo.
Así que añadí:
"Dubi dubi dubi du"
Cuatro veces. Resultando en:
"Venga, vamos a lavarnos los dientes
Dubi dubi dubi du
Dubi dubi dubi du
Dubi dubi dubi du
Dubi dubi dubi du"
Los niños seguían sin lavarse los dientes pero se reían mucho y la risa es muy sana también, probablemente incluso más que lavarse los dientes.
Estuve con el lector todo el día sin problema, hasta que llegó ZaraJota.
-¡Apaga eso de una vez!
"Si solo te he dicho las cosas que hay que comprar"
-¡Pero has escrito cuatro "dubi dubi dubi du" entre cosa y cosa!
Desde luego siempre hay quien le pone pegas al progreso.

05 enero 2018

El servicio prime de los Reyes Magos

Voy a contar otra vez la historia de las gafas de la piscina, que tengo a la chiquilla entusiasmada con el tema.


Este curso, cuando apuntamos a Nena-chan a la piscina, se empeñó en que quería unas gafas de bucear.
-Pero vamos a ver, petardilla: si no metéis la cabeza debajo del agua.
-¡Pues lo otros niños tienen!
Que no era por no comprarle las gafas, era solo porque ya llevamos bastantes trastos a la piscina, porque estamos en el mismo horario la niña, el niño y yo, y cada vez que nos ven entrar por la puerta nos preguntan si vamos a mudarnos para siempre o a pasar el invierno aprovechando que tienen la calefacción fuertecita.
Además, por esa época lo único que hacía Nena-chan en clase era forrarse con porexpán (dos manguitos, una tablita en el culete, otra en las manos... que entre eso y el gorro y los escarpines yo no sé si la chiquilla llegaba realmente a tocar el agua) y chapotear llevando bolitas de colores de un lado para el otro.
-Bueno, pues vamos a hacer una cosa: lo anotamos en la carta a los Reyes Magos.
Sí, en septiembre.
Porque estamos mu locos y ya en septiembre pusimos un papel detrás de la puerta para ir apuntando cosas que nos hacían falta pero no urgentemente, de forma que se las podíamos pedir a los Reyes.
(La lista incluía cosas como trapos de cocina, una alfombrilla para la ducha, tuppers o imanes de nevera, que los Reyes han ido recopilando durante los últimos meses. Lo digo más que nada porque luego subo fotos de los regalos debajo del árbol y siempre hay quién me dice que son muchos. Pues es que no veas lo que lucen los trapos de cocina cuando los empaquetas uno por uno, jo).
A la niña le pareció muy bien, y apuntó en la lista "gafas para la piscina" con mucha alegría, seguramente porque sabe que si las compro yo me voy a las más baratas mientras que los Reyes tienen tarjeta black y se pueden permitir algo más lustroso.
El problema es que después de unas clases de adaptación el monitor decidió que los niños ya estaban listos para quitarse la media tonelada de corcho y nadar libremente.
De pronto.
En plan: estoy recogiendo pelotitas de colores con manguitos de colores y de pronto estoy tirándome de cabeza y haciendo largos en la piscina olímpica a pecho descubierto.
Y claro a Nena-chan, que nació para princhecha del guisante, se le pusieron los ojos como los testículos de un alien. Verdes. Purulentos. Palpitantes.
Ay... Voy a adelantar el tema gafas, me dije. De hecho, lo adelanté tanto que las pedí por internet en plan urgente.
Al día siguiente apareció el mensajero, a las ocho de la mañana, con tanto tino que nos estábamos poniendo los abrigos para salir de casa.
-Mamá, ¿qué es eso? -me preguntó Nena-chan cuando vio el paquete.
-Las gafas para la piscina.
-Pero mamá, se las habíamos pidido a los Reyes.
M**rd*, m**rd*, m**rd*... Estaba tan agobiada con los abrigos, las mochilas y llegar tarde que no me había acordado de que las gafas estaban apuntadas para los Reyes Magos.
-Bueno -improvisé-, lo que pasa es que los Reyes Magos se han dado cuenta de que te hacen falta ya y por eso te las han mandado con un mensajero urgente.
-¿DE VERDAD?
-Claro. Los Reyes Magos lo saben TODO.
Nena-chan estaba alucinada.
Tan alucinada que se lo contó a todo el mundo que se cruzó por la calle. Y a los viajeros en el bus. Y a las seños de la guarde de Bebé-kun.
Bendita inocencia, me dije.
Pero cuando llegamos a su colegio la emoción dejó paso a la inquietud.
-Oye -le dijo a una de sus amiguitas-, los Reyes Magos de verdad lo ven todo. Todo TODO.
Verás si al final vamos a tener que devolver las gafas por incumplimiento de contrato...